jueves, 23 de febrero de 2017

¿Por qué La La Land merece el Oscar?




Desde los inicios del cine – el año 1895, para ser exactos-, se intentó brindar una mayor profundidad a las imágenes en movimiento. En un principio, las vistas – pequeños fragmentos documentales de la vida diaria – emprendidas por los hermanos Lumière, tenían la preocupación de mostrar lo que sucedía en la vida diaria. Posteriormente, George Méliès llegó a aderezar las imágenes en movimiento con fantasía, historias creativas –con una clara estructura-  y los –en ese entonces- neófitos pero aún así,  maravillosos efectos especiales. Méliès realizó todo esto con un solo fin: Crear sueños palpables.

Ciento quince años después llega la tercera película de Damien Chazelle  -Así es Whiplash (2014) no fue su ópera prima, sino Guy and Madeline on a Park Bench (2009) -, titulada La La Land. La película cuenta con tal encanto, que es imposible que los espectadores no salgan enamorados de la sala de cine. Y no es para menos, somos consientes de que quizá La La Land no es perfecta en todo aspecto, pero, a pesar de tener unos salpicados bemoles cumple un propósito que el séptimo arte ya había olvidado: Nos hace soñar.

Hace que el espectador crea en la magia, y no se cuestione la verosimilitud de un millón de libertades creativas: cambios gravitacionales, fragmentación de espacios e inclusive un baile en el cosmos. La La Land hace que por dos horas y ocho minutos todo sea posible para sus espectadores, que su corazón brinque con cada paso de tap y se rompa con esas miradas de amor imposible; todo para que al final los aplausos a la obra no puedan ser retenidos.
En estos tiempos, donde el odio y la violencia son omnipresentes ¿Acaso hay un mayor mérito que cumplir uno de los primeros grandes propósitos del cine? La La Land nos instiga a soñar, y después de todo, como diría la canción de Mia…


“Here's to the ones who dream”